El Partido Liberal colombiano, fundado por Ezequiel Roja en 1848, transformó a Colombia al abrir caminos hacia las libertades, la educación pública y el progreso social. Hoy, es una tienda de barrio moribunda, expendedora de avales y dedicada de manera especial a conseguirles puestos públicos a la esposa y los ineptos hijos de César Gaviria.
Antes de seguir, aclaro que nunca he sido ni seré del Partido Liberal ni de ningún otro. He caminado solo toda mi vida del lado de las ideas progresistas que empujan al mundo hacia adelante.
El liberalismo ha sido una de las corrientes políticas y filosóficas más influyentes en la construcción de las democracias modernas. Desde el siglo XVII, pensadores y líderes liberales han defendido principios como la libertad individual, la separación de poderes, la igualdad ante la ley y el respeto a los derechos civiles, bases que transformaron a múltiples naciones y dieron forma a sistemas políticos contemporáneos.
A nivel mundial, nombres como John Locke, considerado el “padre del liberalismo”, marcaron un cambio de época con sus ideas sobre el contrato social y los derechos naturales. Más tarde, John Stuart Mill profundizó en la libertad de expresión, la igualdad y el papel limitado del Estado. En el campo económico, Adam Smith sentó las bases del libre mercado, mientras que líderes políticos como Franklin D. Roosevelt promovieron el liberalismo social a través de un conjunto de políticas económicas y sociales conocido en Estados Unidos como New Deal, incorporando la justicia social como parte del pensamiento liberal.
En Colombia, el liberalismo tomó forma organizada en 1848 y desde entonces tuvo figuras determinantes para la vida política y las reformas sociales del país. Entre sus grandes líderes sobresalen José Hilario López, recordado por abolir la esclavitud, y Alfonso López Pumarejo, cuyo gobierno transformador, conocido como la “Revolución en Marcha”, modernizó el Estado y amplió derechos sociales y laborales.
Otras figuras emblemáticas del liberalismo colombiano fueron Jorge Eliécer Gaitán, líder popular que reivindicó la justicia social y la inclusión de los sectores marginados, convirtiéndose en un símbolo moral del partido tras su asesinato en 1948. Gabriel Turbay, liberal de izquierda, un demócrata y visionario que entendió que el progreso solo es auténtico cuando se construye con igualdad y libertad.
En décadas más recientes están dirigentes como Alberto Lleras Camargo, estadista progresista que defendió la democracia, la justicia social y las libertades públicas como pilares de la nación y, mal que bien, Carlos Lleras Restrepo.
Tanto en Colombia como en el resto del mundo, el legado liberal continúa vigente como una defensa de los derechos fundamentales, la democracia y las libertades civiles. Aunque ha evolucionado y se ha diversificado —desde el liberalismo clásico hasta el social y el progresista— su influencia sigue siendo central en el debate político y en la construcción de sociedades más libres, igualitarias y respetuosas de la diversidad, menos en Colombia.
El valor y la presencia históricos del liberalismo en Colombia están muy bien expuestos en obras como El poder Político en Colombia, de Fernando Guillén Martínez o Las ideas liberales en Colombia, de Gerardo Molina.
Hoy, las ideas liberales en Colombia ya no existen en la práctica política y menos todavía dentro del marginal Partido Liberal, convertido en una tienda de esquina que administran César Gaviria Trujillo y sus hijos Simón y María Paz. Se limitan a buscar puestos en la burocracia y expender los avales que necesita la delincuencia para poder participar y ganar las elecciones.
Hasta ahí llegaron los alcances y los aportes históricos del liberalismo. Hoy es una congregación conservadora, confesional, retrógrada, ambivalente, corrupta y decadente. Empezó a apagarse del todo cuando los narcotraficantes (liderados por el fauno y narcotraficante Julio César Turbay Ayala) se apoderaron del partido, pusieron de congresista a Pablo Escobar en 1982 y el cartel de Medellín comenzó a adiestrar a Álvaro Uribe Vélez para ponerlo en la Presidencia de la República y convertir al país en la caleta más grande del mundo que es hoy.
A Luis Carlos Galán Sarmiento lo asesinaron y a la Unión Patriótica la exterminaron los narcotraficantes, aliados con el estado, por oponerse al plan de Pablo Escobar con su pupilo Uribe Vélez y su cartel de Medellín como puntas de lanza. Al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla esos mismos también lo sacrificaron por atreverse a desmantelar en los llanos del Yarí la ciudadela industrial de la cocaína más grande de todos los tiempo en el planeta Tierra. Producía 80 toneladas por mes y allí estaba, entre canecas de precursores químicos y toneladas de base de coca para procesar, el helicóptero de los hermanos Uribe Vélez, herencia de su padre, el narcotraficante Alberto Uribe Sierra. Helicóptero al que Álvaro Uribe le otorgó las licencias de operación cuando era el director de la Aerocivil en los días sangrientos, de barbarie y latrocinio, de Turbay Ayala.
Aquel emporio del narcotráfico mundial, desmantelado por Lara Bonilla, se llamaba Tranquilandia y Villa Coca. El helicóptero de los hermanos Uribe Vélez era usado para transportar cocaína y movilizar narcotraficantes (recomiendo leer el capítulo Política y delito, de mi libro La Artillería de la libertad”). Años después, la justicia, corrompida por esas fuerzas del crimen, devolvió el helicóptero con el desvergonzado argumento de que no había evidencias de que hubiera estado ligado a la industria de la cocaína. Más adelante volvió a caer en Medellín con un cargamento de cocaína y hoy no se sabe dónde esté operando.
También asesinaron al periodista Guillermo Cano, director y mártir del anterior “El Espectador”, cuyo postulado fue ”trabajar en bien de la patria con criterio liberal y en bien de los principios liberales con criterio patriótico.»
Las ideas liberales en Colombia, que alguna vez inspiraron profundas transformaciones políticas y sociales, ahora son vestigios arqueológicos. Sus principios —antes sinónimo de modernización, progreso y ampliación de derechos— hoy recordados de manera fragmentaria en discursos rústicos de miras cortas. Lo que fue un proyecto intelectual con fuerza ética e imaginativa se ha convertido en un repertorio de consignas desgastadas, sin relación con los desafíos contemporáneos.
El liberalismo actual, nido inveterado del narcotráfico, puso a Uribe en la Presidencia y a Duque con votos que le compró el narcotraficante Ñeñe Hernández. En 2022 fracasaron al tratar de encaramar a alias “Fico” y ahora intentan escoger a su candidato para 2026 de una amplia baraja de rufianes y rufianas. Pondrán al que conceda plenas garantías de conservar la corrupción estatal y judicial y de volver a usar la fuerza pública como banda sicarial. Ese candidato deberá ser del agrado, además, de las iglesias cristianas, el Clan del Golfo, Papá Pitufo, Donald Trump, Netanyahu, Chiquito Malo y otros.
La última noticia del extinto liberalismo fue la de Gaviria que llegó renqueando con un bastón hasta una de las narco-haciendas de El Matarife y se dejó caer ante él en una genuflexión vergonzosa, con sus rodillas maltrechas, para ofrecer en ese gesto final de humillación la rendición que su voz, afectada por los analgésicos, ya no podía pronunciar.
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