Desde su fundación en 1975, el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, comúnmente conocido como El Sistema, ha sido la cuna de numerosos músicos que hoy integran las orquestas más importantes del mundo. Figuras como Gustavo Dudamel, Christian Vásquez, Diego Matheuz y Rafael Payare se han convertido en los últimos años en embajadores globales del sueño impulsado por el maestro José Antonio Abreu (1939-2018).
Como ellos, El Sistema ha cambiado las vidas de miles de jóvenes venezolanos, quienes no solo aprendieron a cantar o tocar instrumentos, sino que desarrollaron valores que más adelante les ayudaron a enfrentar los retos de la adultez. De hecho, en su página web la fundación declara que su misión es el “rescate pedagógico, ocupacional y ético de la infancia y la juventud, mediante la instrucción y la práctica colectiva de la música, dedicada a la capacitación, prevención y recuperación de los grupos más vulnerables del país”.
Así, cada sala de sus 443 núcleos y 1.704 módulos dispuestos a lo largo del país, se convierte en el lugar donde germinan los sueños de las próximas generaciones. Una invitación a creer en la superación personal y profesional a través del arte, sin importar el origen socioeconómico, o si se viene de un barrio, una urbanización o una zona rural. En su metodología de enseñanza, bastante disciplinada, pero a la vez humana, se forman músicos y ciudadanos por igual.
Por unos puntos extra

Para Luis Abraham Suárez, ingresar a El Sistema fue algo que no estaba en sus planes de joven, pero que lo ayudó a mejorar su vida significativamente. En entrevista para El Diario, el cineasta cuenta que en su adolescencia no tenía una inclinación particular hacia la música, pero en una ocasión se enteró de que un amigo del liceo recibió puntos de extracátedra por formar parte de El Sistema. Como tenía bajas calificaciones, decidió acompañarlo a uno de sus ensayos, y fue entonces cuando se enamoró de todo lo que vio en clases. Se quedó, ya no buscando puntos, sino por interés genuino.
“El sistema representó en mí un cambio por completo a nivel personal que fue terapéutico, si lo ves desde el punto de vista psicológico, o de la psicopedagogía. Yo era muy mal estudiante, no encajaba en ningún sitio, estaba como muy rebelde y al entrar a la orquesta toda esa energía que estaba dispersa de formas no adecuadas se proyectó a la música y me encauzó. Estructuró todo eso que no tenía estructura, que estaba desordenado en mí y me transformó por completo”, señala.
Pasó del coro a tocar el contrabajo en una orquesta, disfrutando la experiencia de sus primeros conciertos en los que se sentía vibrando en la misma frecuencia que su instrumento. Así pasó de la apatía a la pasión, escondiéndose en los salones y la lutería de su núcleo para practicar incluso cuando no tenía clases.

“Tuve una formación muy atípica en cuanto a conocimientos musicales. Todo lo aprendí en la práctica en las mismas agrupaciones de El Sistema. Cabe destacar que tienen un sistema de trabajo muy riguroso de ejecución, más que de preparación teórica, o sea, todo se aprende tocando. Yo siempre lo comparo mucho con el entrenamiento militar, porque era literalmente como un entrenamiento súper riguroso entonces”, evoca.
Aunque de inmediato aclara que su comparación no significa que las clases fueran algo impuesto e intransigente como en el régimen militar. Por el contrario, asegura que, con el tiempo, los mismos estudiantes eran quienes se volvían exigentes y estrictos con su propio desempeño para ser mejores.
“No era un sufrimiento para nosotros, era una disposición hacia el trabajo y hacia la disciplina porque nos estructuramos. Es una cosa como que la mente te cambia por completo, la estructura mental te cambia a la hora de entrar a una orquesta y no sé si sea algo específico de El Sistema, pero creo que es algo que nos caracteriza en general a quienes formamos en algún momento parte de El Sistema”, agrega.
Enseñar como aprendió

Desde hace tres años Álvaro Carrillo cumple uno de sus mayores sueños: formar a las próximas generaciones de músicos, llevando el modelo de El Sistema más allá de las fronteras de Venezuela. En la ciudad de Katy, en Texas, Estados Unidos, el músico y director de orquesta enseña junto a su esposa Rhomy López a más de 150 niños y adolescentes en El Sistema Texas. Aunque no es un núcleo oficial de la organización venezolana, sí es un homenaje al lugar donde ambos crecieron profesionalmente.
Carrillo indicó en entrevista para El Diario que ingresó al proyecto del maestro Abreu cuando apenas era un niño, y aunque al principio le costó adaptarse a la exigencia artística y los largos ensayos, se contagió con el entusiasmo de sus compañeros y convirtió la música en el propósito de su vida. Por más de 15 años trabajó como profesor y fue director del núcleo en el barrio Plan de Manzano, en la carretera vieja Caracas-La Guaira. A la par, tocó como contrabajista en agrupaciones prestigiosas como la Orquesta Teresa Carreño.
Tras emigrar en el año 2015, se instaló en Colombia donde creó la Fundación para la Integración Musical de Colombia (Fundamusicol). Allí replicó todo lo que había aprendido en El Sistema para unir a niños tanto colombianos como venezolanos usando la música. Esta fundación actualmente sigue activa, y con El Sistema Texas también ha logrado que muchos jóvenes, la mayoría hijos de migrantes, hallen en el arte la forma de conciliar sus dos identidades.

“El Sistema me formó no solo como músico, sino como ser humano. Aprendí que la música es una herramienta de transformación personal y social. Esa filosofía me ha acompañado siempre, incluso fuera del escenario. Por ejemplo, durante mi trabajo en proyectos sociales y educativos en Venezuela, Colombia y Estados Unidos, he aplicado los mismos principios: la disciplina, la empatía, la búsqueda del bien común y el trabajo colectivo. El Sistema me enseñó a ver la vida desde la cooperación y la solidaridad, no desde la competencia”, afirma.
Resalta que esa experiencia de transmitir en Colombia y Estados Unidos sus conocimientos ha sido “muy emotiva”, ya que para él es una forma de honrar sus raíces, a la vez que se permite innovar dentro de un modelo educativo que ya tiene 50 años de antigüedad. Aun así, considera inspirador que la misma filosofía que le ayudó cuando era joven ahora le sirva a muchos niños que han vivido situaciones difíciles en la diáspora.
“En El Sistema, los niños aprenden que la orquesta es una metáfora de la sociedad: cada uno tiene un rol, una responsabilidad y un compromiso con el grupo. Se inculcan valores como el respeto, la puntualidad, la cooperación, la escucha y la empatía. Más allá de lo musical, los niños descubren la importancia de la cultura, la identidad y el servicio a los demás. El arte se convierte en un vehículo para formar mejores ciudadanos, capaces de pensar, sentir y convivir”, asegura.
Música y movimiento

Araunitsha Fabian Pinto tiene 18 años de edad y actualmente estudia actuación en el Laboratorio Teatral Ana Julia Rojas mientras trabaja como guía patrimonial en un museo. A los cuatro años de edad ingresó al núcleo San Agustín de El Sistema, en los sótanos de Parque Central. Allí, en la medida en que fue creciendo, pasó del coro infantil al juvenil, y luego pasó a aprender cómo tocar instrumentos como el cuatro, la mandolina y la percusión, además de cómo leer partituras.
“Si bien en el sistema de orquesta se tiene eso de que hay mucha disciplina, que es verdad, pero tampoco es que todo es tan cuadrado. Hay momentos de flexibilidad en los que puedes, como en todos lados, echar broma con tus compañeros, echar cuentos con los profesores, pero el proceso de adaptación realmente estuvo increíble y no me quejo de la formación que tuve al iniciar en El Sistema”, señala en entrevista para El Diario.
De hecho, reconoce que todo lo que aprendió durante sus años en El Sistema le ha resultado de mucha utilidad ahora en su formación como actor de teatro. Afirma que gracias a eso desarrolló oído musical, rítmica y sincronización con los movimientos. Incluso, dice que la coordinación entrenada al tocar un instrumento en concierto, estando atento al mismo tiempo en la partitura y en el director, le sirve actualmente para tener disciplina y pensar rápido en el escenario. “El sistema influyó mucho en mí, tanto para el teatro, como en las cosas que tengo que hacer cotidianamente”, acota.

Destaca que así duren poco tiempo en El Sistema, siempre queda algo que marca a los jóvenes que pasan por sus atriles. Más allá del aprendizaje teórico o musical, resalta que la experiencia ayuda a sus estudiantes a desarrollarse física y psicológicamente, a tener herramientas para enfrentar situaciones de estrés como lidiar con el público o simplemente ser más pacientes. En buena parte atribuye eso también a la capacidad de sus profesores para transmitir cada uno de esos conocimientos de manera efectiva.
“Yo creo que la clave fundamental para que tantos niños hayan cambiado sus vidas a través de la música y sigan cambiándola es el amor que el maestro le pone a su vocación, el amor que el maestro le dedica a la enseñanza del niño. La buena pedagogía, la paciencia, comprensión y amor que el maestro tenga con el niño”, comenta.
Superarse con el arte

En su trabajo como cineasta, Suárez también resalta que la formación musical que recibió le ha sido de ayuda al momento de hacer la banda sonora de una obra o sincronizar la imagen y la música de un videoclip. También en otras cualidades fuera de lo artístico, como la capacidad de organización, de estructurar ideas y de entender al momento de dar indicaciones cómo es ser dirigido desde el papel del ejecutante.
Al recordar su juventud, piensa en cómo vio a otros jóvenes como él, algunos incluso con tendencias delictivas, salir adelante y cambiar sus vidas gracias a tocar en esas orquestas. Por eso cree que El Sistema cambió por completo el paradigma de la educación en Venezuela, haciendo que la música académica dejara de ser un privilegio de las élites y fuera un elemento de transformación social en un país lleno de inequidades.

“A pesar de las dificultades que ha atravesado El Sistema, sobre todo los altibajos a los cuales se ha enfrentado precisamente por toda la problemática que atraviesa el país, ha logrado hacer una cuestión que realmente es revolucionaria. No solamente transformó un país, sino que además dio un ejemplo de cómo el arte puede ayudar a mejorar una sociedad. Es sin duda uno de los mayores modelos en el mundo a seguir para lo que tiene que ver con el mejoramiento social a través de las artes”, opina.
Suárez no es el único que asegura haber sido “salvado” por El Sistema. Para Carrillo, la enseñanza que más atesora de sus años como estudiante, y que trata de transmitir ahora como profesor es que la excelencia no se impone, sino que se contagia, y que no se debe subestimar la capacidad de la música para sembrar esperanza en la gente. “Aprendí que el arte tiene poder cuando nace del ejemplo, de la inspiración y del amor por lo que se hace. Esa frase guía mi trabajo diario como educador y gestor”, razona.

“El Sistema tiene el poder, y la música en general, de sensibilizar a las personas. Las calma, las aplaca, las ayuda a salir de sus problemas, bien sea temporalmente o indefinidamente. Yo creo que El Sistema es algo que debería aplicarse en muchísimos niños, sobre todo los que tienen situaciones difíciles en sus hogares, porque la música te ayuda a canalizar, a controlar, y a estar en paz contigo mismo”, aporta Pinto.
La entrada El legado de El Sistema: una disciplina que transforma más allá de la música se publicó primero en El Diario.
